lunes, 6 de diciembre de 2010

El precio de la felicidad

Estaba distraído o abstraído. Pensando en todo o en nada Los vidrios subidos. Medio tarde noche, cuando ya casi cae la luz hacia el lumen de la nostalgia. “Vivir y dejar morir” de Paul Mc Cartney en el estéreo sonaba fuerte, exactamente como nos recomiendan no hacerlo. El semáforo de Coronel Díaz y Libertador se hizo largo. Por un instante cabecié como queriéndome dormir. Cosa de un segundo. En realidad me sentía cansado o agobiado, sin saber claramente por qué. De repente miré a mi izquierda y sus ojitos me sorprendieron. Carita sucia. No tendría más de 8 o 9 años. Llevaría bastante tiempo tratando de llamar mi atención. Bajé el vidrio y suplicó por una moneda. Miles de preguntas y respuestas se aglomeraron en ese pequeño espacio de tiempo. Todas sintetizaban un “le doy o no le doy”. Que los padres que se aprovechan y los usan. Que si no tuvo otra posibilidad. Que si está bien o mal. Que con esto se estimula la vagancia... ¿Vagancia? Me pregunté inmediatamente.
Lo cierto, es que tanto cuestionamiento resumía en un profundo cargo de culpa, tanto por el sí como por el no. Su mirada trasparente como la de cualquier niño, delataba demasiado tiempo dedicado a la súplica y subsistencia..., tanto como demasiado juego no jugado. Los rostros de mis hijos dijeron presente. Mi mano ya estaba en el bolsillo derecho eludiendo las trabas que le imponía el cinturón de seguridad. Estaba seguro que no tenía moneda ni billete bajo. Saqué el primero que rocé con mis dedos y era de $20. No lo dudé. Entre incrédulo y asombrado sus ojos se iluminaron. Su sonrisa derrotó el gesto de súplica y adquirió dimensión de felicidad. ¿Vas a la escuela? pregunté mientras se lo daba. Si señor, a la mañana temprano. Respondió. No dejes nunca de estudiar ¿No? No señor... me dijo entre agitado y ansioso por correr en búsqueda de alguien. El semáforo dio luz verde. Un apresurado de los que nada entienden de felicidad exageró un bocinazo que se podía traducir claramente en insulto. No me afectó. Nada podría afectarme. Carita sucia, como los hay tantos, salió corriendo llamando a su mamá para mostrar el billete como una bandera capturada. La señora estaba cerca y me sonrió agradecida cuando arranqué. Por algún motivo nada ajeno a mi, dejé de sentir agobio.
Y pensé realmente... que bajo es el costo o el precio de la felicidad.

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