Estoy de acuerdo con usted Zannini y lo que dijo ayer en mi Salta. Hay que estudiar la figura de la mujer de Güemes. Por eso, le aclaro Doctor que no se llamaba “Machaca”, ni tampoco Macacha como la hermana de Güemes. La mujer del héroe libertador de Suramérica fue Carmen Puch y siguiendo su recomendación le dejo un capítulo del libro “Historias de Amor de la Historia Argentina” que escribió mi tía Lucía Gálvez sobre “La más bonita de Salta”. Como verá en mis fotos de Facebook, lo de bonito se fue perdiendo con el tiempo. Ya no nos queda nada. Que lo disfrute:
“¡ Ay, la niña preferida,
ella, a quien nada le falta,
la gala de las hermosas,
la más bonita de Salta!”
Se había corrido la vos de que el espléndido candidato de apuesta figura, varonil, bien plantado, que cautivaba a todos con su elocuencia y su sonrisa, pero que al mismo tiempo no temía a nadie y sabía muy bien decir las verdades, se casaría con una de las muchachas Saravia. El candidato no era otro que Martín Güemes.
Pero sucedió lo imprevisto. Violando el antiguo régimen en el que los padres arreglaban los casamientos y al no gustarle la niña Saravia, él decidió no casarse. Martín Güemes quería casarse por amor. La familia Saravia quedó muy dolida, al ver esto como una ofensa. Pero para las mentalidades románticas y libertarias, la actitud de Martín fue vista con comprensión y simpatía.
Una noche, Macacha, la hermana preferida de Güemes, que conocía muy bien a su hermano le presentó a Carmen Puch. “La niña más linda de Salta”. Güemes quedó flechado. Era una deliciosa joven, de grandes ojos azul oscuro y profundo, negras pestañas, abundante cabellera enrrulada, como un ángel de Botticelli y una incomparable gracia al hablar alegre y festiva. Tenía una bondad tan elevada como su hermosura.
Ella quedó perdidamente enamorada de este hombre que tenía todas las cualidades de un príncipe de cuento de hadas. Valiente, noble, sincero, muy buen mozo y además, ¡gobernador de Salta!
El problema era que Carmen debía compartir a su príncipe con una gran corte fiel de gauchos que darían la vida por él y también lo debía compartir con la Patria. Pero Carmen estaba dispuesta a todo y se casaron el 10 de julio de 1815, a dos meses de haberse conocido dando una muestra más de que en el amor, el tiempo no existe.
Los tiempos de la Patria Grande eran muy difíciles y complejos. Al marchar a una batalla, no se podía estar seguro de volver. Las mujeres de los soldados de la independencia debían hacer de madre y padre a la vez, durante la ausencia de su marido. También debían soportar largos y dolorosos momentos de angustia, incertidumbre y soledad. ¡quien como ellas! Verdaderas patriotas.
Eran tiempos difíciles, no solo para los que peleaban, sino para aquellas que continuaban la vida en medio del dolor de la ausencia, pendientes de cartas que debían llegar y careciendo de un afecto imposible de suplir. Ellas, ayudadas por sus criadas negras o criollas, eran quienes educaban a los hijos y trataban de inculcarles valores cristianos.
Generalmente, todas las mujeres de la independencia estaban al tanto de las maniobras políticas y compartían los ideales de su marido. Y eran esos ideales más la fe religiosa, lo que las ayudaba a vivir y las sostenían en los momentos de aflicción y soledad profunda.
A pesar del continuo movimiento de sus milicias, Güemes no estaba demasiado tiempo fuera de su hogar. Carmen no quería dejarlo ni para irse a veranear a la casa de su padre.
A fines de 1817 pasó algo muy importante para los Güemes: el nacimiento de su primer hijo, al cual llamaron también Martín Miguel. Luego, en 1819 nació Luis, su segundo hijo.
A principios del año 20, el Virrey parecía convencido de atacar definitivamente los territorios de Salta y Jujuy. Güemes planeaba esta vez dejar avanzar a las fuerzas enemigas, para que no pudieran volver rápidamente cuando se les informara del desembarco de San Martín en el Callao. San Martín planeaba llegar a Lima por mar y que Güemes, junto con Belgrano, lo hagan por las tierras del Alto Perú. Lamentablemente el movimiento de pinzas planeado no pudo realizarse y la gloria de liberar a las provincias altoperuanas correspondió a otros libertadores que bajaron del norte. Ellos fueron Bolívar y Sucre. Por esta razón fue que la Argentina perdió ese rico y tradicional territorio que hoy es Bolivia.
Era un juego peligroso el que planeaba Güemes al dejar avanzar al enemigo. Juego peligroso en el que la propia familia del gobernador estuvo en peligro. Se corría la voz de que Carmen y sus hijos serían secuestrados para poder manejar a Güemes.
Carmen, con dos chiquitos en brazos, y un avanzado embarazo, tuvo que huir de Salta al Chamical y luego a la estancia de los Sauces, propiedad de su padre en Rosario de la Frontera. Es inimaginable lo que debió ser esa huida de Carmencita, escapando a caballo a través del campo, sin más ayuda que la de una criada y un muchachito que servía como guía. Una huida en la que fue constante el temor y la desesperación ante una inminente aparición de un ejercito enemigo. Las fatigas y temores de ese escape en el octavo mes de embarazo serían fatales para la salud de madre e hijo.
Este es un fiel testimonio de vida de las mujeres que como ella hacían patria criando y educando a sus hijos, y al mismo tiempo alentaban a sus maridos demostrándoles su amor sin condiciones.
Inmerso en numerosos problemas, Güemes apenas tiene tiempo de escribirle unas líneas a su mujer. Estas líneas forman parte de lo que sería su última carta:
“Mi idolatrada Carmen mía:
Es tanto lo que tengo que hacer que no puedo escribirte como quisiera, pero no tengas cuidado de nada, pronto concluiremos esto y te daré a ti y a mis hijitos mil besos,
Tu invariable, Martín”
De vuelta en Salta, fue en la casa de los Gorriti, donde Carmen y Martín estuvieron por última ves juntos antes de su muerte. Juana Manuela Gorriti lo relata así:
“Güemes estaba preocupado por los rumores de traición. Su bella esposa vino luego a distraerlo de su meditación. Acercósele risueña, enlazó con sus dos brazos el brazo de su esposo y alzando hacia él sus hermosos ojos dijo: Mi valiente caballero, tienes que cumplir un boto que ayer hice por ti. He ofrecido una misa en honor suyo. Respondiéndole él con un beso y ambos se encaminaron al gran templo donde el sacerdote esperaba. Jamas vi orar con tanto fervor como a aquella hermosa mujer que, de ves en cuando se volvía hacia su esposo posando en él una mirada inefable de amor”
Güemes había prohibido comerciar con el enemigo. Para él, aunque la economía era importante, la libertad lo era mucho más. Pero no pensaban lo mismo grandes comerciantes salteños a quienes solo les interesaba vender sus productos al Alto Perú.
Enterado de lo que pasaba, el general Olañeta, Realista, se puso en contacto con los enemigos de Güemes. La noche del 7 de junio, Martín fue a ver a su hermana Macacha debido a un mensaje falso que recibió. La partida realista llegó al mando del español Váldez y sitiaron la manzana de la casa de Macacha.
Acababa de salir de la casa un ayudante del Gobernador, cuando se oyeron unos disparos. ¡ Por la puerta falsa!, gritó Macacha. Pero Güemes no podía abandonar a su escolta. Abalanzándose sobre su caballo salió a la calle. De todas las esquinas salieron descargas cerradas y una de las balas le dio a Güemes en la cadera. Sin caer del caballo se dirigió hacia el sur por las faldas del cerro San Bernardo. Junto con sus paisanos se interno en la Cañada de la horqueta. Allí lo esperaba una larga pero lúcida agonía.
Llegaron al lugar dos enviados de Olañeta ofreciéndole garantías, honores y empleos y cuanto quisiere, siempre que él y sus tropas rindieran honores al rey de España. Güemes, levantando la voz, se dirigió hacia su segundo del ejercito así: “Tome usted el mando de las tropas y marche inmediatamente a poner sitio a la ciudad y no me descanse hasta no arrojar fuera de la Patria al enemigo!”
Martín Güemes, el 17 de junio, día de su muerte, le recomendó a Gorriti que velara por sus hijos, por sus soldados y por su Carmen. Y añadió:
“Ella vendrá con migo y morirá de mi muerte como ha vivido de mi vida” ¡Que bien la conocía!
Su hijito menor murió al poco tiempo y Carmen Puch fue, enferma y abatida, a refugiarse a la casa de su padre en los Sauces. Sin escuchar a su padre y a sus hermanos que la rodeaban llorando, cortó su espléndida cabellera y se cubrió con un largo velo negro, se postró en tierra en el sitio más oscuro de la habitación y allí permaneció hasta su muerte, inmóvil, muda, insensible al llanto y a las caricias de sus más queridos familiares.
Era el 3 de abril de 1822. Había sobrevivido menos de diez meses después de la muerte de su marido, y parecía dispuesta a cumplir con sus palabras: murió de su muerte como había vivido de su vida.
“¡ Ay, la niña preferida,
ella, a quien nada le falta,
la gala de las hermosas,
la más bonita de Salta!”