lunes, 16 de julio de 2012

Un día tan frío como el de hoy



La finitud de lo infinito.

Una hierba, una planta o un árbol crecen y tienen su posibilidad como proyección de vida desde la raíz.
... Cuando me llamaron entonces para comunicarme lo delicado de salud que estaba papá, enmudecí y pude sentir el abismo de la impotencia abrirse bajo mis pies, golpeando toda capacidad de equilibrio.
Inercia de la vida. Los pensamientos de pronto gravitaron en un sin sentido contrariando las agujas del reloj y adueñándose de toda geografía, espacio y tiempo.

Mi vivencia despertó abruptamente en la memoria desde aquél pequeño bribón incapaz de sostenerse con sus propios pies y montado sobre los altos hombros de su padre “hincha” para poder ver mejor el clásico de los domingos desde la tribuna popular. Mis ensortijados cabellos rubios vistos desde afuera por mí mismo correteando esa pelota para ser pateada contra el alambrado mientras él, papá “Director técnico” del Deportivo Español salteño entrenaba su equipo, forzándolos a tener un buen estado físico, porque a su entender los jugadores no sólo debían ser habilidosos y jugar bien, sino que el estado físico de sus muchachos debía ser similar al de un atleta…: - “¡Resistencia…, vamos changos…! ¡Vamos…, fuerzaaa…! Que si no les ganamos por goles, les ganamos por cansancio… ¡Vamos…! ¡Resistencia…!”

Y entonces yo era él… dando órdenes…, yo era uno de ellos, el favorito…, el mejor, el goleador… recibiendo sus órdenes… Mis personajes mutaban conforme a la ambigua necesidad de sobresalir, porque el protagonista debía ser yo… Como él.
Como no recordar tanto, si era un inquieto y buscador incansable de lo justo… Papá “árbitro”… Papá “dirigente gremial” intransigente y por ello buscado, seguido y perseguido…, admirado… Sufriente de sus impotencias por lograr lo necesario para los demás… Los demás que lo sabían y lo buscaban… Amigos, compañeros, parientes, compadres… Él…, el tío consejero…, el más “churo”… (piola, bueno, en la lengua quechua)

Don Ernesto… se estaba apagando. Con él se me apagaba parte de esa raíz que azorado ante la noticia y petrificado con el tubo del teléfono en la mano no podía coordinar un dos más dos… -“¡Para qué de todos modos… si total…! Yo sabía que alguna vez pasaría… Lo presuponía… Siempre temí el momento… Yo…”

Mis alas por él alentadas… Los sugeridos cielos a surcar… Sus consejos de siempre con las palabras precisas…. “No creerse más que nadie ni menos que ninguno”... Su siempre “estar” a pesar de la distancia. La resignación ante los imposibles y la espalda dispuesta a soportar el peso de la libertad. “Porque la libertad pesa y eso nadie te lo enseña. Tiene el peso de tu propio ser sumado al del respeto al ser de los demás. Ahí, a un paso de distancia de uno mismo… está el otro…, tan importante como vos mismo.”

Y cómo detener el final de un ciclo cuando la suerte está echada.

Recuerdo que las dos horas de vuelo que me distanciaban de Salta después de la inevitable noticia se convirtieron en un inacabable desfile de pensamientos que intentaban de modo alguno desviar un destino ya señalado. El viaje para ese doloroso último encuentro respiraciones mediante y enfrentar la mirada de sus claros ojos que una vez más intentaban descifrar un por qué… que callaban pero lo decían todo.
Rito íntegro de una última enseñanza.

Ahí estaba el tiempo una vez más haciendo nido en la inmensidad de lo efímero.
Hay cosas que son muy difíciles de digerir y comprender por el sólo hecho de pertenecer a la generación de una sociedad que culturalmente optó por mirar de reojo a la muerte y no aceptarla como parte de la existencia misma endosándole su decisión a Dios. Esa resistencia al aprendizaje necesario y cotidiano de lo infinito y la trascendente magnitud de un segundo de vida, como la toma de conciencia sobre la finitud de los años…, desperdiciados a veces con la queja permanente de la disconformidad. Mezquindades de una ambición ciega respecto a esos simples valores. La vida es la vida… y aquí se estaba expresando en una de sus formas. La última del Ser material.
El íntimo misterio del último aprendizaje.

Tarde…, casi siempre reaccionamos tarde…

Pero…, una hierba, una planta y un árbol crecen desde sus raíces…
A decir verdad estoy más que conforme con mis raíces y lo sublime de sus imperfecciones.

Es tarea propia el poder con este tallo y su savia.

Puedo sorprenderme en los defectos de mi padre interpretados por mí y corregirme no sin antes sonreírme cómplice con la ternura que inspira detectarlos.
Me proyecto inevitablemente.
¿Sucederá lo mismo con mis hijos?
Sobrevuelan sobre este verde campo de paz las aves ocasionales que musicalizan con su canto el silencio absoluto de una ausencia física de los seres amados.
Este largo corredor central se hace interminable. Portando los blancos y rojos gladiolos con algunas ramitas de flores silvestres lilas en mi mano transito la inevitable senda hacia el sitio donde papá descansa no sin dejarme de insistir…:
-“¡Vamos…, fuerza chango, resistencia…!” 

del libro "Por este rumbo"
Daniel Daher
 

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